miércoles, 29 de octubre de 2008

Documentación (I)



He de decirlo ya: en los últimos tiempos no soporto a los estúpidos.

No me refiero a los ignorantes sencillos y tradicionales, los que no se interesan por la cultura aunque lluevan bibliotecas y reconocen que no son en absoluto competentes en la materia. A esas personas las respeto, cuando menos -ya que no siempre logro apreciar su encanto montaraz- porque se dedican a lo suyo y no entran en jardines ajenos. De hecho, cualquiera de nosotros somos auténticas acémilas en tropecientas materias de las que no sabemos ni el abecé.

Los que me irritan son esos entrometidos que se consideran capaces de opinar sobre lo que no entienden. No han leído más que bazofia muy bien empaquetada para regalo de navidades, nunca se aventuran a hojear lo que no es de consumo general o no aparece en los catálogos del Círculo de Lectores y, sin embargo, opinan: "Yo pienso que esta novela es muy aburrida". "Opino que no atrapa la atención del lector". "Para mí los personajes son poco interesantes". "Creo que el argumento no se sigue con claridad".

Comentarios de este calibre y otros mucho peores llevo constatados en las últimas semanas respecto a novelas que, bien me han parecido interesantes, bien considero que, no siendo una maravilla, ni de lejos se merecen estas críticas absurdas. La pregunta que deberían responder antes de permitirles abrir la boca es: "Bueno, pero ¿cuál es su pedigrí? ¿Cómo se atreve a opinar?"

Porque el derecho constitucional a expresar la opinión no quiere decir que ésta tenga un ápice de sensatez o inteligencia -hace poco nuestra adorada reina acaba de dar un par de argumentos al respecto-. La democracia, deseable en política, no rige en el mundo del conocimiento ni de las emociones estéticas. No hay un rasero que iguale las creencias de todo el mundo. Existe el canon, la jerarquía de conocimientos y la experiencia. Existen el buen gusto y la razón, aunque suene a coñazo de anticuario. Hay un orden -discutible, pero orden- y un modo de criticar que no es el simple "yo pienso que" desprovisto de argumentos. Porque lo cierto es que tales cernícalos nunca piensan: reproducen eslóganes ajenos. En definitiva, para ser capaz de decir algo relevante hay que entender. Y para entender hay que haber estudiado, leído, aprendido, se exige un esfuerzo previo que no están dispuestos a acometer.

Paradójicamente, en el mundo de la literatura un escritor cualquiera se ve expuesto a comentarios de diversa índole formulados por gentes que no saben por dónde les pega el aire. Ni han leído a los clásicos, ni saben de literatura, de estilística, filosofía o cualquier otra disciplina que sea de aplicación en el caso que nos ocupa. Sin embargo, sueltan por esa boquita lo que les place y ponen a caldo una obra que queda kilómetros más allá de sus cortas entendederas.

Hace pocos días un ex-político se permitió el lujo de opinar sobre el cambio climático. ¿Qué entiende de la materia? Nada, confesó él mismo. ¿Es experto en otras disciplinas relacionadas con aquella sobre la que expele sus rebuznos? En absoluto. Pero opina. Por supuesto que sus ideas son de echarse a correr y no parar, pero cuando nos damos cuenta ya ha lanzado la mierda que lleva dentro con esa falsa aureola de poder que todavía retiene. "Es que fue presidente". ¿Y?
Un indocumentado que opine sin más argumentos que los dictados por su juicio analfabeto sobre la última obra de Millás, pongamos por caso, cree merecer consideración e incluso aplauso. ¡Hay que joderse con la mierda del mercado! Lo lamento, pero ese individuo no puede opinar. No, porque no está capacitado para rebasar los límites de su persona y todo lo que diga será tenido por nulo. De hecho, en una república perfecta habría que enterrar en estiércol hasta la barbilla a esos delincuentes del sentido. Para que aprendieran a tener la boquita cerrada.

lunes, 27 de octubre de 2008

Cuestión de distancia (0)



Conociendo de cerca los males de la patria, que diría el clásico, más de una vez me he preguntado por qué las mismas actitudes despreciables se reproducen en cada generación.

Apenas crees que los viejos -y tremendamente longevos, porque son tan flojos intelectualmente como duros en lo vital- ya han desaparecido, cuando te enteras de que están llegando los nuevos alevines de mamarracho. Algo tiene que alimentar tanta fertilidad. No puede ser gratuita.

Buena parte de la culpa la tiene la escasa categoría cerebral de estos atletas de la maledicencia y el sobe de camisa, estos peones de la cuadrilla y las adhesiones inquebrantables, pero no se puede dejar de lado el asunto de la distancia.

Hojeaba hace un rato el blog de alguien conocido que pretendería escribir si en sueños aprendiera cómo se hace. Es una cosa insulsa, aunque no puedo negar que bastante variada y dolorosamente parecida a su autor, a quien pensé apreciar en su momento. De pronto, leyendo una más de sus consideraciones sobre la nada en que vive inmerso desde hace tantos años, he caído en otra causa más de tanta insidia, de tanto yermo intelectual: la falta de distancia.

En mi caso, la entendía como sensación de ahogo físico, palpable. De certezas aberrantes y carencia absoluta, de estar gritando en el vacío. Todavía me saluda al volver tras meses de ausencia favorable, pero la conozco bien y sé cómo darle la espalda. A veces se me insinúa por la red. Latet anguis in herba, como dice el latinajo. Paso el mal trago y que le den.

Cuando pude salir del lugar decidí que nunca más volvería. También, que ahí no tenía nada que hacer ni me dejarían tenerlo por más años que pasara a su lado. Dándonos de bruces, fingirían no conocerme. Y, por el momento, no me he equivocado. O será que yo no estoy donde me engendraron y detecto las lacras a distancia. Con lo que me valen dos ventajas: que no duelen tanto y que las comprendo mejor.

Por lo menos, produzco bien o mal, pero en un ambiente más fértil. No ya por lo bien abonado, pues mierda se encuentra en todas partes, sino por lo despejado de yedras y carbunco. Ni me acojo a la sombra de mindundis que acaban por agostar lo bueno que se tenga ni sufro el acoso de los envidiosos que se ceban hasta donde no parece que hay materia orgánica que depredar. Ellos la encuentran, sin duda.

¿Verdad, don Esquivo, cuando el otro día espiabas esa reunión que nadie pensaba ocultar? No sé cómo puede acecharse lo que está abierto al público, pero me gustó verte salir a hurtadillas. En tu línea.

sábado, 18 de octubre de 2008

El 6 de junio de 2005, creo que sería...



...Cuando me llamaron de la editorial Punto de Lectura. Qué risas, oye: habían encontrado un original de PARECE SEPTIEMBRE amontonado entre otros por causa del traslado de su sede general y el título les había llamado la atención. Vaya, que les gustaba mucho la novela y estaban interesados en publicarla. Interesadas, mejor dicho, porque todas las personas implicadas en el asunto fueron mujeres. Lo curioso es que no recordaba haberla enviado a esa editorial, pero vaya, sería otro de mis despistes.

Pues eso: aquello fue un lunes y no me venía bien acercarme en horario de mañana hasta el lunes siguiente, sobre las doce. Por lo que durante toda una semana tuve tiempo de hacer las ochocientas cuarenta y nueve cábalas locas que es lícito en estos casos y en avisar a deudos y amigos -afortunadamente, fui cauto y sólo llamé a unos pocos- y en mesarme los cabellos de alegría y dar paseos con Oli, mi pastor de brie, escrutando el destino y todas las posibilidades de la situación. Todas, menos una.

El lunes siguiente me planté en la sede, Juan Bravo, 38, en pleno barrio de Salamanca. En la planta de calle estaba la librería con todas las publicaciones del Grupo Santillana y de Punto de Lectura, por supuesto. Pensé que no me cuadraba mucho su interés por mi novela, dada la bazofia de best-sellers y ediciones en bolsillo de éxitos anteriores que atestaban los expositores, pero el tiempo se echaba encima. Tuve que subir a un primer piso más bien lujoso donde estaban las oficinas, con su vigilante uniformado que me preguntó el nombre y el motivo de mi visita, para más imponer.

Una vez me dejaron paso libre avancé de acuerdo con sus intrucciones. Mesas y mesas de gente atareada en atender las múltiples pantallas . Dos mujeres vinieron a mi encuentro. Las dos, algo más jóvenes que yo. Mª José se llamaba una. Del otro nombre casi prefiero no acordarme, y eso que sus tarjetas deben de andar todavía por ahí, en el cajón de las ficciones que casi fueron. Esperad un momento, ya lo he encontrado: Mª Jesús Asensio y Mª José Guitián se llamaban. Bonita pareja, las dos.

Un par de besos. Muac, muac. Desde el primer momento me saltaron las alarmas. No había motivo aparente, pero tengo un olfato privilegiado para las cosas que no me van a gustar. Lo bueno se me escapa, pero lo malo... Vamos, que había algo sospechoso.

Comenzaron diciendo que habían esperado a verme porque me querían conocer en persona. "Sí, claro, habíamos quedado en vernos hoy, ¿no?", repuse, algo inquieto. "Pues verás", me dijeron. "Hemos hablado con la jefa de ediciones y nos ha dicho que no es posible la publicación. No porque sea una mala novela, no se trata de calidad. Es un problema comercial. La directora no confía en que tu novela se pueda vender. Es impublicable. Sólo es eso. El mercado es el que manda".

Como es lógico, no supe qué decir. Dijeron más cosas, se explicaron con todo lujo de detalles -de mentiras, sería más aproximado- pero no recuerdo ninguna. Me había imaginado cualquier circunstancia, pero esto rebasaba toda medida. ¿Para qué me habían hecho aguardar toda una semana? ¿Sólo por conocerme? ¿La jefa en cuestión las había obligado a deshacer su torpeza en persona, a modo de escarmiento? ¿Era simplemente una burla?
Entre las brumas del desconcierto y la furia de color rojizo que me estaba arrasando recuerdo que aún tuvieron el cuajo de interesarse -en falso, claro- por si estaba escribiendo algo nuevo. Y yo fui tan cretino de hablarles con la boca seca y voz no muy firme de LOS DÍAS Y LA NOCHE, entonces en proyecto. Asunto que les apasionó hasta el punto de pedirme que se la enviara cuando estuviera lista. Y que si me interesaría escribir sobre no sé qué hostias de temas de actualidad, ya que iban a sacar una serie de libros de divulgación variada, y yo que por qué no, y tal y cual.

Cuando salí pensé que, afortunadamente, trabajaba esa tarde. Era la temporada de más agobio, así que no tendría tiempo de pensar en nada. Ni ese día ni todos los que siguieron. Recuerdo que tardé bastantes semanas en recuperarme anímicamente.

Por eso ahora dedico a esas dos tipas la edición de PARECE SEPTIEMBRE. Espero que ellas y su jefa invisible se hayan convertido en mejores profesionales. Cosa poco difícil, por otra parte. Y ya nos veremos en otra ocasión: el camino es largo. Con todo mi afecto.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Dicho de otro modo: ¿cuál es el motivo?

El que nos induce a perder incalculables horas esforzándonos en la escritura de cualquier novelucha que, en el mejor de los casos, va a encontrar enormes dificultades para salir a la luz, si al final lo logra. PARECE SEPTIEMBRE fue concluida a principios de 2003 y el otro día la presentábamos. La cosa tiene bemoles. Y eso que no he contado una de las anécdotas más sabrosas, la que me sucedió cuando, allá por 2005, la editorial (o algo así) Punto de Lectura se interesó por mi novela. Lo dejo para otro día en que me encuentre más risueño.

Pero decía que hace falta tal fuerza de voluntad para llevar a cabo -con algo de solvencia y honradez, por lo menos- un proyecto literario de aquellos en los que me suelo embarcar que cuando estoy sumergido no puedo ni imaginar cuándo acabaré, cuál será el resultado final, qué impresión causará entre sus primeros lectores.

En ésas estoy ahora mismo, medio decepcionado de cómo están yendo las cosas con algo que debería tener ya casi olvidado pero insiste en volver a amargarme y a mitad de LOS DÍAS Y LA NOCHE, título definitivo de una novela que se resiste a dejarse domeñar. O yo me resisto a sumergirme de lleno en otro universo, a la vista de lo que se obtiene con estos desvelos.

A veces me encuentro donde no me gusta verme. Y nunca, nunca estoy charlando con nadie de asuntos que me importen.

martes, 7 de octubre de 2008

Éste, improbable lector, fue el comienzo. O casi.


He querido traer esta imagen porque otras más potentes que me asaltaron la han recordado.
La portada, en realidad, no tiene demasiado que ver con su contenido, pero en su momento quedaba chula. Y no me atreví a protestar, para qué vamos a negarlo. No sé si habría podido cambiarla. Tampoco tenía una idea mejor.

Recuerdo también los inabordables paisajes asturianos que describí en esa novela. La nostalgia del paraíso -que también estoy explotando ahora, aunque de modo perverso- dio lugar a algunas páginas memorables.

Hay personajes difíciles de olvidar, páginas felices que nunca he abordado del mismo modo, igual que errores de bulto que por el momento me impiden volver a su lectura.
Fue una época de tanto trabajo, tanta decisión, tan absoluta soledad, que ahora me pregunto: ¿para qué?

Hace un par de meses compré por internet dos de los últimos ejemplares que deben de quedar en el mercado.

Su precio, 3,50 €. Más gastos de envío.