miércoles, 3 de marzo de 2010

Aviso para imprescindibles




La vuelta al pasado de Daigo (protagonista de Despedidas, una excelente película de Yojiro Takita) se condensa en el encuentro fortuito de una piedra que su padre le dejó como único recuerdo antes de abandonarlo. Una simple piedra de río que, de acuerdo con su textura y color, indicaba el estado de ánimo del donante.

Algo me ha llevado a pensar en quienes fueron personas tan importantes en mi vida y, de repente, desaparecieron sin más. De muchos me quedan piedrecitas de río dispuestas como en el cuento, a modo de reguero de imágenes que sirven para rememorar. Con los años la textura se va uniformando. En general, han perdido su rugosidad, los bordes irritantes, la estridencia de algún tinte forzado.

Agrada encontrarlas en los fondos de los cajones y sentir esa dulzura acre, casi violenta, de recuerdos que no deseaba pero tampoco me hieren como entonces.

Recuerdo todos los días a mi padre. Todos. Entre otras cosas, por la bellísima pedregada de palabras que me ha dejado en herencia. Podría reprocharle un par de cosas que todavía me alcanzan pero, para qué. Tengo su manera de hablar. Cuando cito algún giro que le pertenecía es como si entablásemos una de esas conversaciones adobadas de sentido común que acababan como el rosario de la aurora. Qué poco coincidíamos Julio y yo. Qué pocas cosas compartíamos, pensaba yo entonces. Sin embargo, siempre las poníamos libremente sobre el tapete.

Ahora me gusta ver los guijarros que salen por mi boca y pensar que tenía razón el más antiguo (*). Por eso no fió su posteridad al imposible de la vida eterna ni a las obras admirables, que también perecen, sino al recuerdo oral de su gesta.

Julio, sin siquiera imaginarlo, dejó memoria de su existencia en ésta que repite sus palabras. Algún día también sus mejores gestos acabarán por parecerse.




(*) Gilgamesh, por supuesto. Quién, si no.

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