viernes, 1 de octubre de 2010

Cervantes en Innsbruck



La universidad de Innsbruck tuvo hace un año la gozosa idea de hacer una edición facsímil del ejemplar de la editio princeps del Quijote que guardan en su biblioteca.

Al parecer, está allí desde antes de 1745 y pertenece a la primera partida de ejemplares, todavía sin encuadernar, que Juan de la Cuesta llevó de Madrid a Valladolid, entonces sede de la corte, para que emitieran la correspondiente tasa. Esto debió de ser por diciembre de 1604.

De ellos sólo quedan tres en el mundo: uno, en Madrid; el segundo, en Chicago y el tercero, éste de Innsbruck.

Cuando recibí mi ejemplar -facsímil, claro-, después de esperar más de un mes a que lo enviaran desde Austria, pensé en qué sería capaz de hacer cualquier estudioso del libro por echar un ojo a la versión manuscrita del Quijote. Es decir, la que dio a imprenta y debía de estar rubricada en cada página para asegurar que lo impreso se correspondía fielmente con el original aprobado por la censura. La versión real de Cervantes, probablemente de su misma mano. La fuente irrebatible de la verdad.

Si yo había buscado y rebuscado para conseguir una triste reproducción que no se diferencia en casi nada de las restantes, estoy convencido de que cualquiera podría matar por tener la respuesta definitiva.

Me divertía la idea de Paco Rico deshaciéndose de sus rivales con una sierra mecánica, deseoso de publicar primero sus sesudas consideraciones sobre tal o cual pasaje.

O quemando a escondidas el manuscrito, no fuera a privarle para siempre de tantos placeres y beneficios.

Es que el mundo de la literatura tiene estas cosas.

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