sábado, 28 de abril de 2012

Ciencia-Ficción Inglesa, vol. III







Debo a la biblioteca de mi padre, allá por los años sesenta y setenta, bastante más de lo que puedo reconocer. En ella comencé a abrir mi mente a otras realidades. Comprendí que no todo era lo que nos rodeaba, que había mundos posibles y a mi alcance infinitamente más interesantes que la chata realidad de un pueblecito navarro. 


Entre otras obras, me entusiasmó la compilación de historias de ciencia-ficción inglesa de Editorial Aguilar. Mi padre había comprado dos volúmenes que devoré en un par de semanas. Y luego los releí innumerables veces. Cuando, allá por el 93, decidí que era capaz de escribir mi primera novela, la historia estaba inspirada en una narración de J. G. Ballard titulada "Volverás a Murak". Por suerte, creo que nadie la ha leído. La mía, por supuesto. El cuento de Ballard es una joya.  


Pues bien: hace poco, rebuscando en librerías de viejo, me percaté de que existe un tercer tomo de la selección. Me he hecho con él y creo que, aunque demasiado tarde, como todo en esta vida, en algo he completado a mi padre. 


Es como si, metafóricamente, le devolviera el favor enorme que me hizo dejándome ser como he sido, sin cortapisas ni censuras. Un niño distraído que se abisma durante tardes enteras en la lectura de libros que ni siquiera son apropiados para su edad. Ni falta que hace: un chaval entiende en cada momento lo que está preparado para asimilar. 




Y, por otra parte, es como reconocer su mérito a la generación que fue joven en los primeros años cincuenta, que no pudo estudiar, a pesar de ser bastante más lista y resuelta que la nuestra, que tuvo un limitadísimo acceso a la cultura y, por ello, insistió en que sus hijos llegáramos lo más arriba posible. 


La primera narración de este tomo III es de John Wyndham, "Marciana tonta", y comienza así: 


Cuando Duncan Weaver compró a Leslie -no, parece feo decirlo de este modo-; cuando Duncan Weaver pagó a los padres de Leslie 1.000 libras en compensación por la pérdida de sus servicios, tenía la idea de no pagar más de 600, y si fuese absolutamente necesario, llegar a las 700 libras. 


A todos los que había preguntado en Port Clarke le aseguraron que era un buen precio; pero cuando trató más a fondo el asunto, no resultó tan sencillo como los de Port Clarke creían. Las tres familias marcianas a quienes se dirigió no habían mostrado ninguna buena disposición para vender a sus hijas...


Alguien se habrá preguntado cuál es el motor para que alguien se decida a contar historias por escrito. Bien: para mí, este fue uno de los primeros. Y todo gracias a Julio Milagro. 

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