miércoles, 5 de febrero de 2014

"Brañaganda", de David Moneagudo.



Encontré "Brañaganda" en un rimero de libros y resultó que, a pesar de llevar un tiempo en mi biblioteca, aún no lo había leído. Y dio la casualidad de que poco antes me había tragado en un par de sesiones "Lobisón", de Ginés Sánchez. Aparentemente, el tema de ambos podría ser el mismo. Nada que ver. En el caso de Ginés, la novela, bastante decente, iba de tremendismo rural, casi toda construida desde el punto de vista de un chico deficiente que condicionaba la organización de los datos y los distorsionaba (en parte, porque me pareció que no estaba del todo bien resuelta).

En el caso de Monteagudo, me encontré con una narración extremadamente clásica, en la que el narrador es un adolescente como otro cualquiera que recuerda los hechos de los que fue testigo o le contaron que habían sucedido en una aldea gallega cuarenta años atrás.

Digo que la narración tiene una estructura clásica porque a veces me daba la sensación de estar leyendo prosa de finales del siglo XIX. Algo como una bildungsroman o, más bien, novela de inciación en la vida adulta. El narrador se demora en mil detalles y no deja al lector de la mano en ningún momento. No obstante, lo que parecía que iba a ser un ladrillo poco digestivo se convierte, dado el innegable oficio que tiene David Monteagudo, en una narración entretenida, a ratos trepidante, llena de color y amor por los paisajes, que describe con finura y gran detalle.

Igualmente, el tratamiento de los personajes principales es detallado y preciso. Tienen enjundia tanto los padres del narrador como su hermano menor. También Cándida, su antigua compañera de juegos, que madura demasiado deprisa, así como doña Isabel, mujer de carácter recio, jefa del padre. Éste es una figura central que, además de resultar en buena medida enigmático para el narrador y de convertirse en el bastión de la racionalidad  la cultura en un mundo atrasado, tendrá un encuentro más bien inverosímil con el lobishome que asola la aldea.

Por otra parte, creo que Monteagudo ha dejado escapar la figura del lobishome sin sacarle el suficiente partido. No se entiende el motivo de sus matanzas a la luz de ese último encuentro. Ni se justifican como una posible represalia por hechos acaecidos en la no tan lejana Guerra Civil, ni por un sentido moral que busque castigar la sordidez de una zona rural que, por otra parte, apenas se entrevé salvo en un par de ocasiones. Tras ello, el adolescente-adulto narrador nos cuenta que la bestia desaparece para siempre. ¿Hay que suponer por eso que es la misma persona que también deja el valle al final de la narración? Si es así, ¿qué buscaba atacando a esa personas? Si no, ¿por qué no aclarar de quién o qué se trataba? ¿Cómo se justifica su clemente actuación final?



Todo va más o menos bien hasta el mismo final en que, tramposamente, Monteagudo deja la conclusión en manos del lector y escamotea su último paso. Cosa que con otros antecedentes, en otra estructura más abierta, no me habría parecido mal en absoluto, pero que no encaja con la minuciosidad de razones expuesta a lo largo de las 280 páginas anteriores.

Hay un aire de decepción en el final de esta notable novela. No me ha parecido coherente, si bien resulta más lúcido que el resto de la narración. Parece que se deshiciera del juguete porque ya le ha cansado y no desea dar más explicaciones. O porque hay algo que no acaba de cuadrar. No sé. Puede que no lo haya leído con la debida atención. O que por un momento se haya internado en unas sutilezas a las que no me había acostumbrado.

En cualquier caso, "Brañaganda" es una lectura recomendable que se remonta muy por encima de sus consabidos cimientos y se lee con interés.

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