sábado, 7 de enero de 2012

¡Man regalau un kindel, cos!





Y veo tres problemillas de nada en el aparato: 


El primero es que, por mucho que insistan, esa pantallita no tiene nada que ver con el libro en formato tradicional. O sea, con hojas de papel, tapas de pasta, ruido al pasarlas, peso y textura característicos, etc. 


Su lectura es un hecho físico muy diferente y eso nos lleva a otro tipo de relación con el texto. En mi caso, tiendo a hojear, no a leer. Es decir: mi mirada se desliza como en la pantalla del ordenador. Y no es lo mismo buscar información en internet que leer un texto literario. Tengo que esforzarme para entender cabalmente el contenido, no siempre claro, de un libro que en otras circunstancias podría haberme apasionado.


El segundo, que su oferta, por mucho que los de Amazon quieran venderme la moto, no es nada atractiva. Porque antes que leer las novedades cutres de siempre prefiero dedicarme a la cría caballar. Mientras las editoriales más minoritarias (y mucho más interesantes) que suelo frecuentar no pongan sistemáticamente su catálogo en formato digital, no creo que yo sea demasiado adicto a este artilugio. 


El tercero, que no me da la gana de pagar catorce o quince euros por un libro que en la tienda, de verdad, con olor a libro, ruido de páginas y todo eso, me va a costar dieciocho o veinte. La relativa comodidad de descargarlo al instante no justifica ese abuso. Vamos, que mientras las novedades no las cobren a un máximo de cinco o seis euros calculo que va a haber bastante pirateo. 


Ya apareció el otro día Lucía Etxebarría diciendo que no le compensaba escribir para que el producto de su genio literario se esfumara con la piratería. Yo no puedo menos que aplaudir su decisión de no torturarnos más con sus libros pero, alivios aparte, tiene toda la razón. 






Comentábamos estas navidades en lo de Pepito (Librería Antígona, C/ Pedro Cerbuna, Zaragoza) que a nadie se le ocurre llamar al fontanero, solicitar los servicios de un médico o adquirir un cuadro y considerar que no tiene por qué pagar nada. Sin embargo, con cierto trabajo intelectual de tipo creativo se ha extendido la idea peregrina del todo gratis. 


De seguir así, dentro de unos años no habrá quien tenga la menor intención de ponerse a escribir y luego publicar lo que ha parido. ¿Para qué, si lo divertido es imaginar historias y el trabajo duro empieza al enfrentarse con el folio vacío? 


Habrá que reconocer a la petarda de Etxebarría el mérito de haber puesto el asunto crudamente encima de la mesa. Al menos, la chica es directa. Si este problema no se solventa ahora mismo, me temo que vamos a vernos abocados a una situación peor que la de los músicos. 


Porque estos pueden hacer bolos y sacar de otro lado lo que pierden en "royalties", pero ¿qué gira de actuaciones puede hacer la inmensa mayoría de los plumíferos? ¿Y cuánto va a querer pagar el público fiel por una conferencia de mentes eximias como las que todos tenemos presentes?





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