domingo, 15 de enero de 2012

Nadie. Nunca.





La gamberra de la Barberá (véase la foto) ha dicho que todos los funcionarios públicos recibimos regalos habitualmente y que esto es una situación cotidiana. De periodicidad anual, al menos.


Bueno, eso dice ahora, porque en 2009 lo negaba en redondo. Será que tenía la memoria frágil y ahora, tras serias ingestas de Fósforo Ferrero, va recordando mejor. Maravillas que obra en el organismo la instrucción de ciertas causas por corrupción.


Yo, que vengo trabajando para la administración pública desde octubre de 1990, if my memory serves me right, estoy más bien desconcertado. Porque no recuerdo que nunca nadie me haya dado nada como agradecimiento por lo bien que su hijo ha aprendido la literatura barroca o los verbos irregulares. 


Y a fe que más de una vez nos hemos merecido algún pata negra embodegado, alguna estilográfica de edición limitada, alguna ayudita para pagar los plazos del utilitario. Creo que incluso con una palmada en la espalda nos habríamos conformado. Así de pobretones somos los docentes. 


Pero no. Nadie. Nunca. 


Tampoco es que lo lamente, porque a la vista de lo mal que se pasa justificando unos bolsos de Vuitton de nada, casi perdono el coscorrón. Pero hombre, de ahí a que la sinvergüenza que sí los recibía por decenas acuse a los demás de ser tan receptores como ella... Era lo único que nos faltaba. No solo no cobramos sino que encima nos toca pagar la cama. 

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