martes, 27 de marzo de 2012

Quijote, II, capítulo LVIII






"-La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. Digo esto, Sancho, porque has visto bien el regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos hemos tenido; pues en metad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas de nieve, me parecía a mí que estaba metido entre las estrechezas de la hambre, porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara si fueran míos; que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recebidas son ataduras que no dejan campear al ánimo libre. ¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan, sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!"


No sé si podrá decirse mejor, pero dudo que con más gracia y elegancia. Y su eficacia es tal que emociona sin caer en la reincidencia ni en el abuso. Otro ejemplo de cómo las cosas pueden lindar con la perfección aparentando que no hay esfuerzo tras su fachada elemental, derrochando sencillez, incluso admitiendo errores aparentes en su desarrollo. Pero es que estamos hablando de don Miguel. Nada menos.

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