miércoles, 28 de septiembre de 2011

Plumas, plumillas, plumones.





Una lectora habitual de este blog me espetaba hace tiempo que los escritores penan tanto por no publicar (lo más frecuente) como por haber publicado. Supongo que en este último caso por hacerlo en malas condiciones o con escaso éxito de ventas, pero cualquiera sabe. Manías de los plumíferos de medio pelo.


Puede ser. Los escritores son, en general, gentes descontentas y de mala condición. En el aspecto personal, a mí no me gusta ninguno. Se me antojan fatuos, pedantes, latosos, inseguros y bastante tornadizos. Tienen una tendencia insufrible a opinar con gran importancia de lo que no conocen y dan en cambio explicaciones idiotas sobre las novelas que acaban de parir. 


Como objetos literarios suelen ser poco o nada interesantes: se observan demasiado, llevan al detalle la contabilidad de sus gestos y valores cuando están en público, no es fácil pillarlos desprevenidos y conseguir una gotita de su esencia. Que, por otra parte, las más de las veces es bien insulsa. Y no me explico que pueda interesar a alguien ajeno a la mecánica de creación, al taller interno de las obras. 




Estéticamente son un desastre. O gordos, o bajos, o demasiado esqueléticos o simplemente feos de solemnidad. Si alguien pretende encontrar en los rasgos de su cara rastro de la brillantez que algunos (pocos) vierten en sus creaciones, va de cráneo. Son tan mediocres que, de no aparecer en programas de televisión repetidas veces, no llamarán la atención cuando paseen por las calles. 


Si esta ralea mediocre y vanidosa, feota, tontorrona y casi siempre alelada en las brumas de sus ideas hace décadas que ya no es referente de nadie, alguien deberá explicarme por qué se esfuerzan con tanta violencia por conservar sus corralitos. Por qué se querellan, revolcándose en busca de migajas sociales, de desechos de calderilla que no interesan más que a ellos. O ni siquiera les interesan, pero no dejarán que otro se los lleve sin luchar como perros. 




En fin, teniendo en cuenta la mierda de trabajo que es la creación, el esfuerzo exagerado y la práctica de años que conlleva escribir cualquier tontería y los pobres rendimientos que pueden esperarse de ella, no entiendo cómo hay quien pretende hacer de esto un modo de vida, no digamos ya una profesión. Hay incluso casos notables en que el empecinamiento ha costado la salud física y mental del interfecto (véase el caso de Juan Manuel de Prada, cada día más graso y orate en su programilla de intereconomía).






P.D.: Atendiendo a todo lo anterior, tampoco veo qué demonios espera nadie encontrar en este blog. Incluso me maravillo de que haya quien lo lea. Si yo fuera otro imagino que no lo haría. 

1 comentario:

Santiago Trancón Pérez dijo...

La efigie-careto de los seleccionados, qué bien refleja cuanto dices. A más ego, peor escritor. Para ser consciente de lo que uno escribe hace falta alejarse de todo engreimiento, engolamiento, pose de artista y demás imposturas. Podías ampliar el album.