domingo, 2 de octubre de 2011

La pose que más nos gusta.





Hay que suponer que todo escritor se fotografiará al menos una vez en su vida adoptando la pose oficial. Es casi como un uniforme corporativo. Se ve al pretencioso de cintura para arriba (a ser posible, ni siquiera debe mostrarse la cintura, que por lo general estará poco presentable) un codo apoyado en la mesa y la mano sujetando el mentón de modo que solo puedo calificar de inefable. El rostro, siempre serio, pensativo, con aire soñador pero consciente de la propia importancia. 






La pose tiene su mérito, porque aparecer en las portadas de cada uno de tus libros como si te hubiera dado un aire es castigo que no deseo ni a Antonio Gala. Ni siquiera a Trapiello o a Prada, que ya es no desear. Toda tu vida vas a estar a expensas de esa foto maldita. No podrás opinar libremente porque debes mantener el tono reflexivo, grave, la responsabilidad que emana de tan rotunda imagen. Tampoco podrás guardar silencio cuando te plazca. Exige compromiso, te lleva a participar en cualquier foro, recogida de firmas y convocatoria correcta que te pongan por delante. La imagen maldita te convierte en un miura de la ortodoxia, un morlaco preclaro dispuesto a embestir en toda ocasión. 






Yo diría más: condiciona incluso tu producción literaria futura. ¿Cómo puede ser que alguien capaz de escribir "Coños" nos espete ahora los coñazos que acechan cada año en las mesas de novedades? Por la foto de marras. Estoy convencido de que el afán dietarístico del otro proviene de alguna foto como la presente que ha condenado sus dotes narrativas a tareas imposibles. Pongamos mejorar a Cervantes. Pongamos contarnos su vida con pormenores pero fumigada por las protectoras siglas que casi esconden algo y no interesan nada. 





En fin, escritores que (no) me leéis: no se os ocurra posar de semejante guisa. Por mucho menos ha habido desgracias.  

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